|   | 
          
             
              Porqué nos odiábamos con los vecinos 
            Cuando llegué a aquel piso, hace13 años, llegué 
              no sólo como extraño, si no con mis costumbres , mi 
              forma de vida, mi apariencia y modales distintos. Todo comenzó 
              con la limpieza del pasillo y la escala. Mi vecina lo hacía 
              con agua y detergente, y daba lo mismo si estaba aún limpio 
              o no. Eso para ella era indiscutible, era no sólo una costumbre 
              si no una ceremonia fundamentalista cumplida a rajatabla. Yo no, 
              cuando me tocaba el turno, primero constataba el estado de la limpieza 
              y luego decidía que elementos usar. Generalmente bastaba 
              con la escoba y luego un trapo húmedo. Ella rebalsaba el 
              piso del pasillo que da a la calle con agua, hasta en las heladas 
              de invierno. Era peligroso, sobre todo en las mañanas y al 
              caer la noche, cuando las temperaturas bajaban de cero grados. Entonces 
              había que andarse con mucho cuidado para no sacarse la cresta. 
              A veces se me olvidaba el día de la limpieza, hasta que empezaron 
              a aparecer cartelitos pegados con cinta adhesiva sobre mi puerta: 
              „A usted le toca esta semana hacer la limpieza del pasillo 
              y la escala, por favor, con agua y detergente!“Allí 
              comenzaron las peleas de puerta a puerta. Luego le empezó 
              a molestar el aroma que salía de la ventana de mi cocina, 
              hacia el balcón del pasillo. Le molestaban los condimentos, 
              el ajo, el curry, el comino. Cada vez que pasaba por el pasillo, 
              se tapaba la nariz, hacía muecas y comentarios de desagrado. 
              En los veranos, cuando las temperaturas subían de 28 grados, 
              yo sacaba un balde plástico con agua fría al pasillo 
              para que mis hijos pequeños pudieran refrescarse del sofocante 
              calor, insoportable, que se encerraba en nuestro pequeño 
              y desventilado departamento. Eso ya era elcolmo para mi vecina, 
              que sólo tenía la preocupación de hacerse cargo 
              de su gato, salía a la puerta de su casa y se ponía 
              a reclamarme y no bastaba con que yo le dijera que no se preocupara 
              que luego yo dejaría todo seco y en orden. Le molestaba que 
              los niños jugaran en el pasillo. Le molestaba el ruido de 
              los niños, que ella escuchaba desde nuestro departamento. 
              A cada rato venía a tocarme la puerta para decirme que porque 
              no controlaba a mis pequeños para que no metieran ruido. 
              Lo más terrible, fué la primera celebración 
              de mi cumpleaños en ése departamento. Tenía 
              unos ocho invitados en casa y como a las 10 de la noche, saqué 
              mi guitarra y me puse a cantar, era un día sábado. 
              Al poco rato sonarón los golpes sobre la puerta, era mi vecino, 
              que venia en pijama y con un gorrito como de gnomo. Que su mujer, 
              la vecina, no podía dormir, que si no dejaba de cantar iban 
              a llamar a la Policía. Entonces le dije que porqué 
              no le decía a su mujer que se levantara y que se vinieran 
              los dos a celebrar con nosotros mi cumpleaños número 
              cuarenta. Me contestó con los ojos desorbitados y bañados 
              en sangre, que ellos eran personas decentes y que no aceptaban modales 
              y actitudes rusas. Ahí fué que me enfurecí 
              definitivamente y le dije que le comunicara a su mujer, que se embutiera 
              un par de bates de algodón en los oídos y que llamara 
              a la policía y a quien se le diera la gana, que era sábado, 
              mi cumpleaños y que tenía el derecho a celebrarlo 
              a mi manera. Lo expulsé de la puerta de mi casa con un gesto 
              amenazador y le dije que no quería verlo nunca más 
              en el alero de mi puerta. Para ellos yo era algo muy cercano a un 
              terrorista, que llegó a inmiscuírse en la tranquilidad 
              de sus vidas de viejos jubilados, sin hijos y con gato. Para mi, 
              eran ellos los terroristas, que aterrorizaban a mis hijos, me pegaban 
              recaditos sin firma sobre la puerta de mi casa, golpeban mi puerta 
              a las horas más inverosímiles, y me hacían 
              gestos, comentarios y muecas que yo consideraba muy cercanas a la 
              amenaza. Para ellos, yo era el Bin Laden del edificio y éllos 
              para mi, las SS Hitlerianas  
            Porqué dejamos de odiarnos con los vecinos 
            Como ya los bombardeos constantes por ambos lados se hacían 
              insoportables y uno de los dos debia tomar la iniciativa para cambiar 
              la situación, comencé a poner en práctica una 
              actitud aprendida desde niño en la cultura de barrio de mi 
              país. La primera medida fué tocar la puerta del vecino 
              y pedirle una media taza de sal. Luego un poquito de aceite, un 
              huevo, una cebolla. Así empezamos a comunicanosr en base 
              a cosas caseras. Al poco tiempo mi vecina se atrevió a corresponderme 
              la actitud. Al principio ellos me recibían en la puerta, 
              luego me hacieron pasar al pasillo y al final, terminé en 
              la cocina de mi vecina, platicando sobre comidas y recetas. Para 
              la primera celebración de Año Nuevo, a las doce de 
              la noche, lo primero que hice -luego de dar los abrazos correspondientes 
              a mi familia- fué tocar la puerta del vecino, con una bandeja 
              con tres vasos de Cola de Mono y fundirnos en un abrazo. En próximo 
              verano caliente, le regalé a la vecina un ventilador que 
              tenía en el Keller ya que ella sufría mucho con las 
              elevadas temperaturas y tenía problemas circulatorios. Un 
              día en el pasillo, con los niños refrescándose 
              en el balde con agua, le toqué la puerta a mi vecina para 
              invitarla a hacérse una foto con los niños jugando 
              en el agua para mandársela a mi familia en Chile y mostrarles 
              donde vivíamos y quienes eran nuestros vecinos. La vecina 
              se puso su mejor tenida de verano, se arregló el pelo, se 
              maquilló el rostro y salió muy orgullosa y contenta, 
              a retratarse con los dos hijos de Bin Laden. La vecina empezó 
              entonces a salir más al balcón para contactarse y 
              jugar con mis hijos en el pasillo. La vecina llegó un día 
              con una fuente con Grüne Soße y un par de huevos duros 
              a mi casa, para que yo probara una especialidad de la región, 
              con una receta casera que ella misma habia desarrollado. La próxinma 
              vez yo le llevé una bandeja con empanadas, condimentadas 
              con comino y ajo, algo que hasta ese entonces ella aún no 
              podía soportar. Al otro día me estaba pidiendo la 
              receta. Lo del Chili on carne se ha convertido en una costumbre 
              que compartimos un par de veces al año, lo mismo que con 
              la Grüne Soße y otras cosas que en este proceso de años, 
              se han convertido en tradición de buena vecindad, comprensión, 
              mutuo conocimiento y tolerancia entre nuestras diversas costumbres 
              y cultura. Yo hace tiempo que lavo el piso con agua, trapo y detergente, 
              no toco la guitarra ni canto después de las ocho de la noche 
              y les aviso con anticipación, cuando voy a hacer una fiesta. 
              Así, estas dos familias terroristas, han abandonado para 
              siempre su guerra entre el bién y el mal, comparten sus enseres, 
              sus pertenencias, sus momentos de gozo y de tristeza. Si el mundo 
              hoy se reduciera al pasillo que comparto con mis vecinos, otro gallo 
              cantaría. 
            Pablo Ardouin 
              Frankfurt, otoño del 2001 
             |