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SUEÑO RARO
Cuando tenía 20 años, en una sesión de sobremesa
familiar, conté a mis padres el siguiente relato, que sintetiza
detalles de un sueño que tuve por primera vez a los 17 años
pero que se siguió repitiendo hasta ese momento, en que decidí
contárselos. Ellos no lo podían creer, se miraron
los dos como tratando de encontrar una explicación y luego
me auscultaron como a un ser de otro planeta:Voy flotando en el
aire a la altura del alumbrado público, soy yo pero no mi
cuerpo, como en un estado de levitación, muy lento y apacible,
observando detalles que pasan a mi alrededor, tanto del ambiente
físico como de situaciones concretas, simultaneamente.
Llego hasta una puertaventana en cuya entrada sobre el piso hay
un limpiapiés. La puerta es de madera pintada de color verde
añejo cuya ventana, está cubierta por un visillo de
color blanco que abarca hasta la manilla y del cual cuelgan, pequeñas
campanitas que repican cristalinas, cuando está se abre extremadamente
lenta.
Me veo ahora flotando pegado al techo, sobre un largo y amplio pasillo.
Me encuentro con una puerta abierta a mi lado derecho y una semiabierta
a mi izquierda. Desde la abertura de la puerta izquierda logro apreciar
que es un sala de estar y comedor. Veo a mi abuelo Norman, cubierto
por una bata de levantarse de terciopelo color rojo ladrillo, y
a mi padre. Los dos están inclinados sobre un sofá
levantando a mi madre -quien al parecer se encuentra sin conocimiento,
lacia y con los ojos cerrados-.Mi padre la está levantando
asiéndola de los pies y mi abuelo de los brazos. La trasladan
en andas desde esa habitación, cruzando el pasillo, hacia
la habitación contigua, que es un dormitorio. Toda esta escena
transcurre en un aura de tal silencio y tranquilidad, que hasta
el sólo vuelo de una mosca la habría hecho añicos.
Sigo mi deslizamiento por el pasillo y a continuación de
la habitación -donde han depositado a mi madre sobre una
cama -me encuentro hacia la derecha, con un ventanal amplio que
da hacia un pequeño patio interior. El pasillo y el ventanal
terminan en una puerta que da directamente hacia una cocina de dimensiones
cuadradas, donde diviso a mi abuela Elena, calentando una olla con
agua, al lado de mi abuela se encuentra una niña que le llega
poco más arriba de la cintura, sin poder distinguir de quien
se trata, veo solo su espalda cubierta casi hasta la cintura por
una melena rizada. En la cocina me dirijo ahora hacia una puerta
de salida hacia el patio interior, a mi lado derecho. Avanzo sobre
aquel patio y finaliza mi vuelo, suspendido en el aire sobre un
muro mohoso, al parecer de ladrillo y betón, casi tan alto
como la arquitectura de la casa, el canto de la parte superior está
incrustado de trozos de vidrio de botellas.Hasta ese exacto momento
llegaba el sueño y por más que intenté en un
par de oportunidades de avanzar en él -con sesiones de autoterapia
antes de dormirme- para ver qué diablos seguia más
allá del muro, nunca pude lograrlo. El sueño se repitió
una infinidad de veces exactamente igual, sin la más mínima
variación en tiempo, espacio y detalles.Al momento en que
mis padres lograron salir del asombro mi madre dijo:„Hijo,
eso es imposible. Quiero que sepas que todo lo que cuentas sucedió
y existió. Pero en esa casa jamás estuviste, quiero
decir sólo los primeros días, luego de tu nacimiento.
Esa situación de desmayo que dices, ocurrió estando
yo embarazada de tí, a los pocos días antes de parirte.
Es imposible que tu hayas visto y mucho menos que siquiera recuerdes
ni el más mínimo de aquellos minuciosos detalles,
como los visillos y las campanitas, mi papá y su bata roja
y todas las descripciones de las características físicas
de aquella casa, lugar al que tanto tu papá como yo, ni ninguno
de ustedes, jamás regresó“Tratamos de buscarle
una explicación lógica a mi relato y la tertulia terminó
con la intervención de mi padre, diciendo que quizás
debería ir a un sicoanalista o a un hipnotizador. No se concretizó
nada y el único efecto que tuvo aquella tertulia, fué
que desde esa vez, recién cumplido los 20 años, jamás
volvío aquel sueño y las infinitas ansias de llegar
un día más allá de aquel muro. Por desgracia
del sueño porque la vida real, me la he pasado rompiendo
y atravezando muros.
Pablo Ardouin Shand
Frankfurt, invierno del 2002
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